Unos minutos antes del inicio del espectáculo, cada uno de los hombres participantes recibe un uniforme de policía estadounidense de los años 40 y unos auriculares inalámbricos. Cuando empieza la función, reciben en tiempo real una serie de instrucciones específicas e individualizadas. Cada policía debe cumplir escrupulosa y fielmente las instrucciones que se le dan, según los términos del protocolo que han aceptado. No tienen texto, solo acciones. No se pide improvisar, sino el abismo de un presente absoluto. Cada acción (sea simple, compleja o contradictoria) se realiza en un tiempo determinado por la orden que se les haya dado. El policía y el actor son una misma cosa. Se trata de encarnar una cualidad escénica que viva en el tiempo instantáneo de la realización de una acción que escapa a cualquier premeditación psicológica, dejando espacio solo para la verdad de la experiencia.
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